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¿Puedo aclarar?

Quizá no puedas armar silencio con palabras, pero he aquí luz hecha de sombras. No es como las ojeras alrededor de sus iris azules. No es como la sed que me asegura que cuando la haya saciado, el mundo entero dejará de ser un lugar tan árido. No es la noche sobre esa sierra hace dos semanas que, habiendo echado la luna, nos mostró desde un cielo muerto y turbio la Pequeña Nube de Magallanes. (Una de las únicas dos galaxias ajenas visibles desde la tierra, ¿viste?) Tampoco es la mugre escurriéndose por el desagüe, ni la cara detrás de la máscara, las cenizas ante el fuego. Ni las sombras estampadas en la calle alrededor del farol en la lluvia.

Hay multitudes y trato de contarles todo. Aunque me presten atención, pocos entienden inglés y menos castellano. Mi novia traduce a turco.

[Escrito con unas palabras de Alejandra Pizarnik]

Antes de la revolución

En la mañana, un hombre calvo se me acerca,
sus orejas poniéndose rojo en los copos de nieve.
Criaturas de aire frío están formadas de su aliento.
“Pienso que te has olvidado de algo,” dice.
Naturalmente, me he olvidado a mansalva,
me he olvidado de sierras y rascacielos,
me he olvidado de heridas y duelos,
y entonces no respondo.
“Hay alguien con que quiero que se encuentre,” dice.
Me lleva a una plaza de bancos desiertos,
una plaza de sol severo y blanco.
Me lleva a una estatua de cinco metros bruscos, y pregunta,
“¿Por qué hay una estatua con tu cara?”
El problema: es fácil levantar una estatua,
pero se necesita una guerra, golpe, o revolución para derribarlo.
“¿Estás responsable por esta anomalía?” pregunta.
Me acerco a la piedra; raspo suavemente con mis uñas a sus pies.
Los ojos de la estatua miran arriba, ignorándome.
Quizás me recuerdo haciéndola:
quería ser una sierra, una rascacielos,
quería ser el río y el puente,
quería ser la espada y el tridente.
La carne piedra es más fuerte que la de cada otra persona.
Quizás me recuerdo haciéndola.
“¿Salió bien, eso plan?” pregunta.
“No,” digo. “No necesité una estatua.
Necesité una caja de chocolates.”
“Solo tengo este naranja,” él dice.
“Gracias.”